El pasado jueves se reportó la detención de Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo Guzmán, uno de los narcotraficantes más peligrosos de la historia del país. La detención del Ratón, como el conocido el hijo del Chapo, se dio tras un fuerte operativo en Culiacán, Sinaloa.
Luego de la detención de Ovidio, se dieron una serie de hechos violentos en diferentes puntos de la capital de ese estado. Esta es la segunda vez que se logra capturar al hijo del capo, y líder del Cártel de Sinaloa, pues la primera se dio en octubre del 2019, cuando autoridades mexicanas lograron su detención, sin embargo, en esa ocasión también se registraron hechos violentos, que hicieron que el presidente de México Andrés Manuel López Obrado (AMLO) ordenara su liberación, esto con la intención de que no se perdieran vidas humanas, dio a conocer después.
Si bien los Guzmán son de los delincuentes más peligrosos de México, la realidad es que no han sido los únicos en la historia del país. Por ejemplo, en la primera mitad del siglo pasado, se supo del caso de una mujer llamada María Dolores Estévez Zulueta, quien era conocida como Lola la Chata.
Ella nació en la Ciudad de México a inicio del siglo XX. Junto con Ignacia La Nacha Jasso, es considerada una de las primeras mujeres narcotraficantes de México. Inició su carrera delictiva cuando trabajaba en el barrio de La Merced, en el centro de la capital, en donde vendía chicharrones. Su infancia transcurrió en un periodo de expansión de ese barrio, a causa de un importante flujo de inmigrantes de todo México, con su consecuente aumento de actividad económica, tanto formal como informal.
La mujer vivió en la primer mitad del siglo pasado.
En el puesto de su madre, de chicharrones y café, Lola la Chata comenzó a vender también marihuana y morfina. Eran sus primeros pasos, a sus 13 años, como “mula”, dedicada al narcomenudeo en las calles de la ciudad, cuyo producto iba oculto en las canastas, pero era de fácil identificación para los consumidores.
En esa época, la mujer conoció a Castro Ruíz Urquizo, quien la llevó a Ciudad Juárez, lugar en el que aprendió sobre el tráfico trasnacional, en el seno de una de las familias más prominentes en el negocio fronterizo. Pronto engendraría dos hijas, de nombres María Luisa y Dolores, quienes más tarde también ingresarían al negocio de tráfico de drogas, para consolidar su matriarcado.
Al volver a la Ciudad de México, Lola la Chata continuó con la tradición familiar de abrir un puesto de comida en La Merced, un expendio encubierto para disfrazar sus importantes negocios, en los que vendía marihuana, morfina y heroína en la década de 1920.
La mujer ingresó a la cárcel siete veces. La primera de ellas fue en Pachuca, Hidalgo, en 1934. La segunda y tercera, se dieron en 1937, donde salió libre por falta de pruebas; la cuarta vez fue en 1940, donde tuvo que pagar una multa de 500 pesos que le fue impuesta por un juez; la quinta ocasión que fue recluida fue en 1945; la sexta en 1951 y finalmente fue detenida en abril de 1957. Su detención generó diversas declaraciones del procurador general de la República, anunciado como “El fin del narcotráfico”.
En su defensa, negó su participación en el tráfico de drogas, así como también proporcionar alguna lista de las personas involucradas en la distribución y comercio de los mismos, manifestó su deseo de permanecer en la cárcel para cumplir su condena, que estaba en la “vil calle”, que no podía contratar a un abogado particular para que lo defendiera, y también confesó que era drogadicta. Murió en 1959 en prisión, a los 53 años.